domingo

Quién...

¿Quién eres, espíritu rebelde? Témpano de hielo que desnudas el ocaso con tus autorreproches de soles fallecidos, de cadáveres satisfechos, de cenizas sonrientes. ¿Eres el objeto que muerto su dueño, deja de existir? 
     Biblia de mil improperios, estrofa de polvo aposentado en el tiempo. Sin pronunciar palabra, sin variar ni un gesto, murmuras en tu lenguaje de silencio que el silencio es la vida de tu muerte. buitres descabezados buscan a tientas su presa, pero escapas yaciendo en la mansión de los sacos rotos que recuerdan cuánto tiraron.
     Cae lluvia tenue de palabras que hallan sustento sobre el filo de navajas, escurre sangre seca de siglos. Risa de dioses. Los dioses la vieron fresca, la vieron seca, la vieron polvo. Un gorrión encuentra el buitre sin cabeza: al no ser cadáver lo mata y lo vuelve uno, dejándolo podrir un poco para luego zampárselo con gusto.
     En la mansión de los temblores añejos no hay errores, son causalidades danzando en un baile de máscaras. Y en cada giro practican mutua necrofilia.

sábado

Elección

—No quiero ser mujer otra vez— afirmó Casandra, la ex-prostituta, cuando le preguntaron qué papel deseaba representar en su vuelta a la película de la vida.
     —Entonces qué...
     —Lo que sea. Ni siquiera es necesaria la humanidad, que me asquea.
     —¿Una representación bidimensional está bien? No sentirías, no harías...
     —Lo que sea.
     Y el departamento de utilería la transfirió a la existencia de una pequeña impresión en un libro de sexualidad donde, en el capítulo de enfermedades venéreas, desempeñaba el rol del siguiente símbolo: 

Starlet

Los créditos de la película al fin terminaron. Esta función fue la vida de Casandra, la prostituta.
     Muerta ya y a sabiendas de que su tiempo de aventuras terrestres tocó a su fin, casandra quiso llorar, pero no tenía lágrimas, ni glándulas lagrimales. De hecho, no tenía ojos, ni cuerpo.
     Unas palabras resonaron en su conciencia, conceptos sin voz.
     —Casandra...
     —Casandra, estás en el limbo y debes elegir...
     —¿Elegir qué?
     —Elegir la dimensión de tu renacimiento...
     —¿Renacimiento? ¿Porqué?
     —Porque eres importante en la armonía del Todo...
     Casandra caviló entonces sobre lo importante de su presencia en...
     —¿En qué, dijiste?
     —En la siguiente película.

El Final de Casandra

Casandra era una prostituta cuya leal afición a los hombres la llevó a ser baleada por una lesbiana a quien negó sus favores. Como quedó en medio de la calle, fue trasladada con rapidez al Seguro Social, aunque nomás fuese para despejar la vía pública, pero al no tener derecho de recibir atención médica, murió.
     Primero pudo observar su propio cuerpo tirado en el suelo de la recepción para emergencias. La sangre se esparcía, mezclándose promiscuamente con la de un acuchillado que esperaba su turno. Murmullos, toses, risillas y estertores agónicos creaban un ambiente de tedio. Final tan absurdo como su propia vida.
     El proverbial túnel de luz apreció frente a ella y lo recorrió con lentitud, disfrutando cada momento: sólo una vez se muere, ¿no? Rostros conocidos desfilaron ante su mirada y sucesos añejos se reescenificaron en un tumulto de secuencias que la abrumaban. Poco a poco, las imágenes desaparecieron. Entonces Casandra supo que su muerte había concluido.
     La luz del túnel fue disminuyendo hasta dejar una completa oscuridad donde sin prisas, comenzaron a deslizarse unos signos que efímeros cruzaban el espacio. Indicaban la dirección, producción, edición y actuación de la película que había sido su vida.

El Jardín de las Estrellas

La noche es muy oscura en el jardín de las estrellas. Acariciada por los vientos, oblonga maleza cubre al único árbol del patio hasta la mitad. Se mueve en oleadas con suaves murmullos herederos de la magia de días gastados. Intento recordar cuánto hace que no veía este lugar. Mucho.
     Allá en la casa un hombre tose quedo y emite un lamento incomprensible. Retrocedo a la época en que él me traía para mostrarme sus estrellas, movibles ante uno. Luminosas como ilusiones. Pero dónde estuvieron esas ilusiones al crecer. Fueron el estudio, los amigos, la novia, el trabajo, las ocupaciones diversas... El niño no tardó en disiparse como la bruma costeña.
     Cuánto tiempo pasamos juntos, cuántas maravillas se develaron en esos días y cuán raudo fui para relegar todo eso después. El niño de ayer asistía a visitarlo con la alegría dibujada en su rostro, el adolescente con hastío.
     Así dejé de escuchar esas fantásticas historias que sólo un chiquillo puede entender, esos sueños. Nada regresaría de sus aventuras de juventud ni de los viajes sorprendentes. Nada.
     Tos de nuevo, pero más débil.
     Hoy hablé con él a solas. Platicamos un rato y recorrimos la vida en unas cuantas horas.   Vagamos entre sueños y me hizo recordar lo que era vivir hasta el final por algo, por todo, por nada. Cuando no aguanté más y una gotilla tímida se escapó de mi ojo izquierdo, sonrió: "Háblale a los demás, los quiero ver. Tu ya me tuviste suficiente, hijo", murmuró. Su cara era una máscara sonriente sobre el dolor.
     "Échale un vistazo a mis estrellas para que no se sientan solas."
     Sollozos cruzan el patio hasta donde estoy. Una mezcla de incredulidad, gemidos y resignación que lo envuelven todo sin llegar realmente hasta mí. 
     Con una varita sacudo los matorrales y la negrura se puebla de luceros volando de un lado a otro. "Qué son, abuelo"
     "Son estrellas que brillan como ilusiones, hijo."
     Sí, son estrellas.

viernes

Digo que yo no soy un hombre puro


Yo no voy a decirte que soy un hombre puro.
Entre otras cosas
falta saber si es que lo puro existe.
O si es, pongamos, necesario.
O posible.
O si sabe bien.
¿Acaso has tú probado el agua químicamente pura,
el agua de laboratorio,
sin un grano de tierra o de estiércol,
sin el pequeño excremento de un pájaro,
el agua hecha no más de oxígeno e hidrógeno?
¡Puah!, qué porquería.
Yo no te digo pues que soy un hombre puro,
yo no te digo eso, sino todo lo contrario.
Que amo (a las mujeres, naturalmente,
pues mi amor puede decir su nombre),
y me gusta comer carne de puerco con papas,
y garbanzos y chorizos, y
huevos, pollos, carneros, pavos,
pescados y mariscos,
y bebo ron y cerveza y aguardiente y vino,
y fornico (incluso con el estómago lleno).
Soy impuro ¿qué quieres que te diga?
Completamente impuro.
Sin embargo,
creo que hay muchas cosas puras en el mundo
que no son más que pura mierda.
Por ejemplo, la pureza del virgo nonagenario.
La pureza de los novios que se masturban
en vez de acostarse juntos en una posada.
La pureza de los colegios de internado, donde
abre sus flores de semen provisional
la fauna pederasta.
La pureza de los clérigos.
La pureza de los académicos.
La pureza de los gramáticos.
La pureza de los que aseguran
que hay que ser puros, puros, puros.
La pureza de los que nunca tuvieron blenorragia.
La pureza de la mujer que nunca lamió un glande.
La pureza del que nunca succionó un clítoris.
La pureza de la que nunca parió.
La pureza del que no engendró nunca.
La pureza del que se da golpes en el pecho, y
dice santo, santo, santo,
cuando es un diablo, diablo, diablo.
En fin, la pureza
de quien no llegó a ser lo suficientemente impuro
para saber qué cosa es la pureza.
Punto, fecha y firma.
Así lo dejo escrito.
Nicolás Guillén 
Derechos reservados © Fundación Nicolás Guillén, 2005-2007

jueves

Agonizante

Tenía la cabeza inclinada hacia abajo, yo se la había aplastado. Durante los primeros segundos de su desgracia intentó en vano acomodarla en su lugar. Creo que intentaba quitarse en horrible dolor que seguramente le habría causado su cerebro destrozado. Aunque no estaba tan despachurrado como imaginé, pues seguía con vida... Ella seguía viva.
     Allí estaba, en el suelo, inmóvil. De pronto, unos violentos espasmos hicieron presa de ella. No me inmuté ante su dolor, ante la agonía que no es más que la sombra de la muerte que acecha.
     Intentó moverse del lugar donde había caído, víctima de mi ataque, pero desfalleció de nuevo, rendida por esfuerzo y dolor. Yo gozaba con sadismo del negro espectáculo que me proporcionaba.
     "No podrá continuar viva unos minutos más, será mejor que me vaya, he de atender asuntos de mayor importancia este día", pensé filípicamente.
     Me encaminé a una miscelánea cercana y engullí panecillos con refresco. Todo me causó una desagradable sensación como de aceite rancio o algo así. Miré con asco en dirección a mi departamento.
     Cuando regresé no se hallaba donde mismo. ¡No podría deshacerme de su cuerpo inerte! Me invadió un sentimiento de exasperación que cesó al verla allí, tendida a un lado del sofá. Aún vivía y podía moverse, aunque con una lentitud de no-vivo, de zombie. Acudió a mí nuevamente una mescolanza de asco y compasión primigenia. Así que, piadoso de mí, tomé un zapato y le asesté el golpe de gracia a la cucaracha.

miércoles

Alter Ego

Mi amigo es muy soñador y la otra vez, como de costumbre, estuvo alucinando. Platicábamos durante una noche tranquila cuando un aerolito envuelto en llamas cruzó la cúpula estelar. Pedimos un deseo y él por supuesto, no me dejó conocerlo.
     Apenas unos días después ya lo encontré medio raro, con mirada perdida y andar taciturno. A veces sus ojos lanzaban odio hacia alguna persona. No quería hablarme.
¿Qué te pasa?, le pregunté una ocasión cuando decidí visitarlo a pesar de su genio. "Cállate", me respondió. Y aunque no proferí palabra alguna durante todo ese rato, él continuó exigiendo silencio: "Cállate". "Cállate".
     Tras dos meses de alejamiento volví a visitarlo pero sus familiares no me permitieron acercármele. Estaban preocupados por su salud mental. Agredía a cualquier intruso, implorando silencio. Acabó en el manicomio.
     Hoy hablé con los médicos y me llevaron hacia él. Su estado empeoraba con el tiempo, se le veía demacrado, sucio y de más edad. Parecía esperarme y en cuanto me vio comenzó a gritar: "¡Ya sé quién eres! ¡Conozco a la otra, la de adentro!" -rió- "Sé lo que piensas! ¡Sé lo que pienso!"
     Aulló hasta cansarse. Luego lloró. No conozco a este hombre, me dije. Y pienso qué habrá deseado, aquella noche estrellada...
     Ahora no estoy segura de conocerme a mí misma.
     No sé lo que pienso yo, la de adentro.