Tenía la cabeza inclinada hacia abajo, yo se la había aplastado. Durante los primeros segundos de su desgracia intentó en vano acomodarla en su lugar. Creo que intentaba quitarse en horrible dolor que seguramente le habría causado su cerebro destrozado. Aunque no estaba tan despachurrado como imaginé, pues seguía con vida... Ella seguía viva.
Allí estaba, en el suelo, inmóvil. De pronto, unos violentos espasmos hicieron presa de ella. No me inmuté ante su dolor, ante la agonía que no es más que la sombra de la muerte que acecha.
Intentó moverse del lugar donde había caído, víctima de mi ataque, pero desfalleció de nuevo, rendida por esfuerzo y dolor. Yo gozaba con sadismo del negro espectáculo que me proporcionaba.
"No podrá continuar viva unos minutos más, será mejor que me vaya, he de atender asuntos de mayor importancia este día", pensé filípicamente.
Me encaminé a una miscelánea cercana y engullí panecillos con refresco. Todo me causó una desagradable sensación como de aceite rancio o algo así. Miré con asco en dirección a mi departamento.
Cuando regresé no se hallaba donde mismo. ¡No podría deshacerme de su cuerpo inerte! Me invadió un sentimiento de exasperación que cesó al verla allí, tendida a un lado del sofá. Aún vivía y podía moverse, aunque con una lentitud de no-vivo, de zombie. Acudió a mí nuevamente una mescolanza de asco y compasión primigenia. Así que, piadoso de mí, tomé un zapato y le asesté el golpe de gracia a la cucaracha.
Este relato breve fue de los primeros que hice, hace... ya muchos años. Creo que un par de décadas. El humor negro era lo que más manejaba en esos tiempos.
ResponderBorrarAgonizante, genial genial genial, oye resume el espiritu de los cuentos de E. Valadez!
ResponderBorrarJorge A. P.
Te digo, en esa época yo era lector y comprador compulsivo de El Cuento, por más que me dijeran que era una escuela muy estricta y cerrada, me parecía genial. Buena reva, buena...
ResponderBorrarme dio escalofríos... digamos que mi relación con las cucas no es muy afectivo
ResponderBorrarHubo hace muchos años en Cd. Madero, donde entonces vivía, una extraña lluvia de cucarachas. Toda la ciudad se vio invadida de ellas y yo aplasté en la cama a una con mis pequeños pies sin querer. Me cubrí de pies a cabeza con mi sábana y no dormí en toda la noche. A partir de allí les tengo una fobia bastante irracional. Hasta las arañas pueden parecerme simpáticas pero las cucas... me dan bastante asco.
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